El oxígeno disuelto proviene de la mezcla del agua con el aire, ocasionada por el viento y/o, en la
mayoría de los casos, principalmente del oxígeno que liberan las plantas acuáticas en sus
procesos de fotosíntesis. La solubilidad del oxígeno como la de cualquier otro gas en el agua,
depende de la presión atmosférica imperante en cada sitio, de la temperatura media del cuerpo de aguas y de su contenido en sales disueltas. En términos generales, la solubilidad del O2 en el agua es directamente proporcional a la presión e inversamente proporcional a la temperatura y a la concentración de sales disueltas.
La dependencia de la temperatura en la solubilidad de un gas puede observarse en hechos
cotidianos tales como el de hervir agua en un recipiente, mediante el burbujeo que se desprende conforme va subiendo la temperatura. La dependencia de la presión puede observarse en el simple hecho de destapar una bebida carbonatada por la efervescencia que se produce cuando se equilibra la presión interna de la botella con la presión exterior.
Una consecuencia de la dependencia de la presión en la solubilidad de un gas en el agua, la
constituye el llamado mal de montaña (soplos o picadas en el pecho) generado por el desprendimiento de oxígeno en la sangre cuando el cuerpo cambia bruscamente de presión. Esta dependencia se expresa matemáticamente mediante la Ley de Henry, “C = kP”, en donde C es igual a la concentración molar del oxígeno, k es una constante de proporcionalidad igual a 0,00035 MOL /LITRO x ATMÓSFERA y P igual a la presión del agua a una determinada profundidad. Aun cuando no existe una concentración mínima de oxígeno que cause efectos fisiológicos adversos sobre la salud humana, sí existe una limitante en cuanto a la cantidad de O2 que se requiere para sostener la vida de los peces en los cuerpos de agua superficiales. En general, se acepta que una concentración de 5 mg/l es adecuada para estos fines, en tanto que concentraciones inferiores a 3 mg/l pueden ser letales para la fauna piscícola de un lago o reservorio.
Para muchos fines industriales el O2 en el agua suele ser inadecuado, debido a los problemas de corrosión asociados a él, que afectan las tuberías, calderas y demás partes metálicas por donde circula el agua.
Por ser el oxígeno un gas, las muestras para su análisis deben tomarse evitando al máximo la agitación y la introducción o escape de los gases contenidos en la muestra. Los recipientes más adecuados para estos fines son las conocidas “botellas Winkler”, aptas no solo para el muestreo sino también para el análisis del oxígeno. El análisis debe realizarse, preferiblemente, en el mismo sitio de muestreo. Cuando esto no es posible, se debe “fijar el O2” mediante la adición de los dos primeros reactivos de análisis y luego tapar herméticamente la botella, con un sello de agua, para su posterior titulación en el laboratorio.
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